RECOPILACIÓN DE POEMAS DE AMOR
(2009-2016)
79 poemas a tí dedicados
MUJER, TÚ ERES POESÍA
JORGE
TORRES DAUDET
En el amor todo es posible,
también en el desamor.
Los sentimientos se transforman
y, al contrario
de lo que ocurre
con la materia, también se destruyen.
A Carmen, mi mujer, origen y motivo
de muchos de mis versos,
con amor, respeto y gratitud.
INTRODUCCIÓN
No
voy a definir lo que, empezando por un cruce de miradas, más o menos intenso o
duradero, un simple roce de manos, más o menos casual, derivan en una
atracción, que se va convirtiendo en pasión y desemboca en una necesidad de
estar, de permanencia el uno con el otro. A esa necesidad de la compañía
continuada le sigue el sentimiento, ya más generoso que la atracción física,
que llamamos amor.
Durante
la convivencia se ha ido conociendo más la pareja, salen a flote tanto las
bondades como los defectos. Aquellas hacen más idílico el sentimiento. Los defectos, cuando se
reconocen, se justifican, se intentan aminorar y hasta en cierto período,
fugaz, pueden, incluso, resultar graciosos, interesantes, y lleguen a ser un
acicate más para ver la vida en común de color rosa.
El
amor, tan ligado a la Luna, también tiene fases. Los tiempos van marcando las
mareas de esas aguas, ora tranquilas, plácidas, ora turbulentas, de pasión
desenfrenada o, como Luna, apagada por el eclipse del desamor, pasa a la
indiferencia, en las más de las ocasiones y, cada vez más frecuentemente, a un
creciente rencor que va engrosándose con males de fondo, revistiéndose de un
odio desmedido que, desgraciada y cobardemente, llega a la tragedia.
El
ser “humano” el homínido erectus, cazador y cainita se revela así durante toda
su existencia, y, al contrario que otras especies, hiere y mata a sus
semejantes, fuertes o débiles, no le
importa, pues usa tretas y maquinaria que, a través de las distintas eras, con
el progreso tecnológico, va remodelando para la destrucción más efectiva de
vidas.
La
mujer, su compañera, imprescindible para que la humanidad exista y crezca, no
ha sido ni es ajena a la crueldad machista.
A
estos actos, con demasiada frecuencia, se los juzga, benévolamente, como de
enajenación mental, sin tener en cuenta que para acometer esos actos se
estrujan el cerebro para que sean eficaces y salir airosos ante la barbarie.
Para
los que una vez que los han cometido se suicidan no les tengamos sentimientos
de piedad, pues ello es muestra de
aquella consigna salvaje de morir matando, aunque sea tan cobardemente.
Traigo
a este pequeño lugar los versos que durante un corto período de mi vida he ido
trazando, y publicando en mis tres libros anteriores a éste que tiene Ud.
estimado lector a la vista, como muestra de admiración que la mujer me sugiere
y, sobre todo, como muestra de solidaridad y reconocimiento a ella.
También
algunos dirigidos a cuando los sentimientos de amor se desvanecen, se
transforman, incluso, en odio y llegan a
la misma destrucción.
Jorge
Torres
ÍNDICE
Día de la mujer. Este
ramito
23 de Junio de 2007. Noche de San Juan
Martín
Adrián
Jorge, Martín, Adrián
Gracias (Oración)
23 de Junio de 2007. Noche de San Juan
Martín
Adrián
Jorge, Martín, Adrián
Gracias (Oración)
Y… llegaste, colegiala
Vacío y soledad.
Sombras entre las sombras,
cielos sin estrellas, noches eternas,
lágrimas en la almohada.
Luz del final del túnel; uniforme con trenzas,
carreras sin fin, risas en cascada,
ojos, los luceros del alma.
Miradas a hurtadillas, miradas con sonrisa,
sonrisas con convite, sonrisas con tristeza;
risas por todo, risas por nada.
Pregunta en la mirada, respuesta sin palabras;
ojos que hablan, ojos que piden, boca que sacia.
Cuerpos que se buscan,
caricias bien llegadas.
Sentimientos encontrados, sentidos latentes,
piel amada... Llegaste, colegiala.
Es el amor
La luna nos besaba
Y venías, corrías, hacia mí,
cual chiquilla alocada,
mojada con la lluvia,
vestida y desnuda,
tus ropas desposadas con tu piel,
tus cabellos cascadas en tu cara.
Tus pies, traviesos y desnudos,
salpicaban agua sobre agua.
Mojé tus labios con los míos,
succioné tus abiertos poros,
lo ardiente que tu cuerpo
desprendía.
Las nubes se quebraban en diluvio,
la luna nos besaba.
Es el amor
El amor prendió en nuestras almas,
nuestros ojos lo decían,
lo sellaban nuestros labios.
Pasaron pocos días,
nuestros cuerpos se buscaban,
se enlazaban nuestras manos.
Tú, joven, inocente,
recibías mis caricias,
como el campo la lluvia,
después de la sequía.
Fuiste mi esperanza,
mi arco iris, aquella estrella
que irradian tus ojos, la calma,
el señuelo que me atrae y me guía.
Han pasado los años,
se extinguieron los sueños,
no el amor que disfrutamos.
Mujer, tú eres poesía
Poesía es tu cuerpo,
erguida tu imagen,
a tus pies tu contorneada sombra
sobre el lienzo del suelo,
o tendida, figura expectante, acogedora
seda… mecida por el sueño.
Rimas y leyendas son tus ojos, son faroles
encendidos de pasión, tu rostro junto al mío.
Pareados son tus labios,
tu boca con mi boca,
degustando el exquisito sabor de tus besos.
Poesía es tu cabello, suelta tu melena
en pos del viento,
o recogida, graciosa, en lo alto de tu cuello.
Versos son tus senos, rimando
en asonante, con los labios
que los lamen incansables, que liban en ellos
con la gran e insaciable sed
del amante que bebe de tu cuerpo.
Versos, también,
en albedrío perpetuo,
son los vellos que acarician
en las sombras tu sexo, dormido o violentado
por las caricias penetrantes
que te elevan –nos elevan- al cielo.
Dos romances tus piernas,
los pilares del edén.
Niña, mírame a la cara
Niña, mírame a la cara,
que quiero ver tus ojos, ventanales de tu alma.
No bajes las persianas negras,
no bajes tus pestañas
y que te llegue a las entrañas.
Niña, no vuelvas tú la cara
que los zagales te ven
y se llevan consigo mi calma.
Eres más hermosa que el mes de Mayo,
eres el más bello jardín
donde busco yo posada
para dejar, por siempre,
aparcada ya mi alma.
El edén
Recorrí tus caminos y tus fuentes,
bebí, sediento, de ellas.
Subí a tus montículos, me deslicé a tus valles,
libé en sus flores, comí de sus frutos;
encontré el edén en
el universo joven de tu cuerpo.
Ronda a la luna
Acompañabas mi vagar nocturno
saltando, graciosa, de charco en
charco,
juguetona, recortada, pequeña y
moruna,
jugabas al escondite entre las
nubes blancas.
Mi corazón, enamorado,
brincaba
a tañidos de guitarra.
Sin pudor
Sin pudor proclamo mi amor al mundo,
cual si fuera joven apasionado,
si, aun anciano, estoy de ti enamorado
¿por qué acallar mi sentir tan profundo?
Te miro con ardor en la mirada
y pido de ti el mismo sentimiento
pues, te juro, sería un sufrimiento
que no estuvieras de mí enamorada.
Dicen: “la pasión los años cura”
mas yo no creí nunca en este aserto
pues, de siempre, siento por ti locura.
Y, aun estando dormido…o despierto,
mi cuerpo vive el amor con bravura
hasta que Dios y tú me deis sustento.
Clamaré en tus oídos,
atrayendo tus pupilas
a mis ojos.
Respiraré el aire que tú respiras
y desprecias.
Seguiré tras de ti,
me embriagaré del aroma
de tu cuerpo,
acariciaré la seda
de tus senos,
beberé tus lágrimas, devoraré tu cuerpo
y, entonces,
se unirán nuestras almas.
“Líbrate de sucumbir a ese amor,
que dicen
que no te conviene”.
“Si les
escucharas, oirías los argumentos
que oyen todas las esquinas...”
¡Señor, Señor! Como si el corazón
se abriera a la razón, al cálculo, a la suma…
¡Yo quiero a mi niña morena!
Y soy sordo cuando sus ojos
me miran como me miran,
y soy ciego
cuando sus labios pronuncian mi nombre,
y subo al cielo
cuando su piel acaricia mi piel.
Y dicen... lo que digan,
sonrían... como sonrían.
¡Yo quiero a mi niña morena!
¿Podría vivir, mi amor, sin tu amor?.
¿Podrían mis ojos ver, sin a ti, mi amor, verte?.
¿Podría mi piel gozar
sin mi piel gozar de tu piel?
¡Ay, mi amor, es mi alma esclava de tu alma!
Y lo que digan...y como sonrían…
no es nada que ya pueda detener
nuestra muy loca pasión desatada.
Cuando caminas, niña
Cuando caminas, niña,
se revolucionan las calles,
ahítas quedan todas las esquinas,
en los parques los sauces lloran
sus ramas, pidiendo que no te vayas.
Las ventanas se llenan de fascinados ojos
por ver tus lindas y excitantes formas;
las aceras te esperan con ansia;
el sol, ¡qué envidia! te acaricia entera,
con sus lascivos y ardientes rayos...
¡Con qué gracia mueves tu cuerpo!,
tu melena
cómo cae por tu cara,
tus ojos...
cómo deslumbran al mirar,
cómo hechiza y cautiva tu sonrisa,
cuando, con tu inocencia, saludas al pasar.
Tus vestidos moldean tu cuerpo,
cubren tu belleza,
como las cortinas
amparan monumentos; a la luz le da miedo
llegar a tu piel, mostrar tus encantos,
descubrir tus secretos...
La suave brisa lleva el perfume de tu cuerpo;
de rosas y jazmines
es el aroma, y, también,
el color de los labios que asoman en tu cara,
quizá, ávidos de amar.
Mientras, tus cabellos flamean
cual banderas, orgullosas,
de los imperios de la juventud y belleza.
Sed
Y es de ti que tan sediento estoy
que cuanto más bebo de ti
más de ti estoy sediento.
Sabrás que te quiero
a mí en el mejor momento
para hacer el gran milagro.
Mi viudo corazón
desesperado
cambió el ritmo de viejo moribundo
por el fragor
del fuego apasionado y
locas ganas de vivir a tu lado.
Cuando me vaya, cuando no me veas,
quiero que sepas que estaré a tu lado,
bendiciendo el haberte conocido,
sintiendo por no haberte del todo disfrutado.
Espero que haya Cielo...
porque allí te estaré esperando.
Es mi deseo...
Que
la luz de tus ojos ilumine,
sin
tardanza, tu mirada,
que
renazca tu sonrisa,
que
permanezca siempre en tus labios albergada,
que
citar mi nombre
sea
para ti como un beso trémulo.
Que
las aguas de Leteo
nunca,
jamás, te invadan
Ella
Y no oir tu voz que me responda
|
Si tú no estás
Si tú no estás se diluye el sabor de tus besos,
se diluye la
esencia de tu cálido cuerpo,
como la sal de las
mareas,
como el hielo del
invierno.
Mis manos vagan
errantes y desesperadas,
buscando tus
escondidas, ignoradas sendas,
las sedas de tu
cuerpo,
porque si no estás,
mi vida, sin ti yo soy nada.
El tiempo va
marcando
la distancia, aleja
el tren de los sueños.
Tu imagen queda
atrás, difuminada
entre la niebla del
mañana incierto.
Mi alma, vacía sin
ti, es más glacial que el frío hielo
de las gélidas
madrugadas,
nuestro lecho,
estepa árida y desierta,
sin el cálido oasis
de tu cuerpo.
¿Dónde hallar el
fulgor irisado de tus ojos,
dónde la noche, sin
estrellas, de tu cabello,
y… dónde tu risa,
dónde tus besos?
Luna llena
Esa noche nuestros ojos eran los que hablaban.
Fueron tus ojos, mi amor,
los que revelaron que tú me amabas.
Fueron tus ojos, mi amor,
los que me abrieron, de par en par, tu alma.
Y esa noche, mirándome a los ojos,
esa noche, la luna...
el brillo de tus ojos envidiaba.
Y esa noche, de luna llena,
nuestros cuerpos se unieron,
se enlazaron por siempre nuestras almas.
Amarte
Amarte es sentir correr tu sangre por mis venas.
Es ver el mundo maravilloso
por tus bellos ojos.
Es beber, insaciable,
del manantial de tus labios.
Es sentir el cielo
en lo recóndito de tu piel.
Que tu dolor a mi me duela.
Ser tu corazón el mío.
Amarte es reinventar para ti, amor,
un te quiero a cada instante.
Aquel Café
Sobre el mármol
frío de sus mesas,
lápidas de “te
quieros”
e historias
muertas,
mi lápiz desgranaba
en el papel
mi amor en la
distancia.
Mis ojos escrutaban
el agua de la jarra,
bola de cristal de
amor brujo,
queriendo ver tu
cara,
temiendo ver tu
olvido en falsas adivinanzas.
Aquel café
era mi cálido
refugio,
continente de
nostalgias...
tu silla vacía de
ti, el aire reflejando
tu mirada.
Aún flotaban tus
palabras entre el denso humo...
Mi espera con el
tabaco quemaba.
Mis labios en los tuyos
que, sin querer huir, van descendiendo
por tu garganta y frágil cuello.
Recorren los torrentes de sangre de tus venas
-caudal desmedido de pasión-
ebrios y sedientos descienden
y escalan los erizados montículos
de tus pechos, se recrean en ellos,
juguetones, formando algarabía en tu cuerpo.
Tu vientre, en vaivén descontrolado, es una súplica
que mis sentidos, hipnotizados, sí comprenden.
Se deslizan al vello enredado de tu sexo
y, por caminos sinuosos, hambrientos, se pierden
en lucha salvaje
con tu frenesí y loco desenfreno.
Belleza cruel
¡Oh! muchacha de encantos
inexplorados.
¡Oh! belleza cruel, cuerpo
incendiario,
-mirada inocente, sonrisa huidiza,
andar despistado-
objeto de miradas abismadas
y carnales ansias.
¡Oh! inocencia destructora de
corazones,
sosiegos y templanzas.
Sin tú quererlo, sin saberlo
¡no sabes lo que provocas…!
He besado tus ojos
He esculpido mis besos
en el couché de tu fotografía,
he mojado con mis lágrimas tus nacaradas
mejillas, como si mis lágrimas fueran tuyas.
He besado tus ojos, tan llenos de caricias.
Te he guardado, mi amor, en el bolsillo de mi alma.
Amar
Tú y yo, solos, cualquier habitación,
no importa el sitio; en cualquier lugar...
noches enteras, y sus días, para amar.
El tiempo ha frenado su prisa
He derrotado tus tímidos noes,
tus defensas, entre suspiros, quejas
y alguna lágrima furtiva.
He desoído tus lánguidas súplicas,
apenas musitadas,
he desgarrado tu inocencia,
tu delicado y sedoso velo de doncella.
Nuestros cuerpos, como si corceles desbocados
fueran, se han liberado
con el retozar de la pasión
irrefrenable.
Te he hecho mía,
sin yo apenas creerlo.
La luna, reflejada en tus pupilas,
alumbra nuestra dicha.
El tiempo ha frenado su prisa.
Tú, mi amor
Eres, como la tarde de Domingo,
dulce y sosegada.
Tienes la mirada cálida, el sol en tus ojos,
amor en sus brillos.
Tu melena, sedosa,
acompaña, en su huir, a la brisa.
Tus labios en sonrisa suspendidos.
Tu piel fresca, como el anochecer,
con aroma de jacintos y miel.
Tu cuerpo, campa de espliego, de juncos y trigo,
es paseo preferido
de mis caricias y mis besos
Eres laguna misteriosa donde la luna
mira, admira, tus destellos.
Tu boca, rosas, jazmines y frutos
del Edén.
Yo cogía las nubes...
Yo cogía las nubes con las manos
y mis besos enviaba al universo,
te entregaba mi corazón travieso
antes de tener los cabellos canos.
Yo me sentía un Pegaso trotando
por los valles y cumbres de tu cuerpo,
sobrevolando, cual gaviota, el puerto,
la piel, tu piel, que siempre estoy amando.
El Pegaso ya no
trota, plegadas
sus alas, no remontará sus vuelos,
aventuras por el tiempo amainadas.
Humilde se desliza por los suelos,
mas... su amor vuela con las alocadas
nubes y fantasías de sus sueños.
Brisas, o noche de San Juan
Un a fresca brisa
ondeaba sus
cabellos
con lento
movimiento, acariciaba sus senos
con el leve
tremolar
de su vestido,
se deslizaba suave,
como la noche,
como de amor
dormido.
Traía aromas de verano
de rosas, de
jacintos, de pinares cercanos,
de tierra mojada,
de heno, de hierba
recién cortada.
Noche de San Juan,
de limones,
de tormentas, de
amores, de hogueras y promesas...
Tu me diste una
flor, yo te di toda mi fuerza;
fluía la pasión,
mis besos ahogaban
tu candor,
mis brazos poseían
tu cuerpo.
Cantares de la
madrugada nos despertaban,
aún nuestros
cuerpos uno,
los cabellos
mojados por la escarcha,
al alba.
Nos saludaba otra
brisa más fresca,
más lozana,
mientras, el sol
cegaba nuestros ojos
y nos dejaba
desnudos.
Locos de amor
Y tú, precisamente tú, te quejas
porque dices que
les cuento más cosas
a mis amigas, las
negras hormigas.
Creo, sinceramente,
que te sientes
celosa cuando me
ves en el suelo,
de rodillas,
hablando, jugando y maquinando
travesuras con
ellas. No entiendes que proyecte
mi sombra sobre sus
flacas figuras.
Te extrañas de que
comparta nueces y avellanas
con nuestras
vecinas,
las saltarinas
ardillas…
Tú, precisamente tú,
que te empeñas
en levantarte todas
las noches
para escuchar a tu
cómplice,
la luna,
y luego me lo
cuentas,
callándote lo que a
ti te interesa;
crees que me
engañas; lo intentas,
pero hay un lucero
que vuestras conversaciones
me revela; noche
a noche él os espía
y, a través de tus sedas,
por tus encantos él
se cuela;
y eso, amor, eso a
mi me duele
eso, amor, eso a
mi, sí me desvela.
¿Existes?
Piensa en ti y no te nombra
¿acaso tienes nombre?
Pero estás ahí, con
tenaz frecuencia,
mientras mira deslizarse las gotas de lluvia
-a él siempre le parecieron lágrimas-
tras los cristales tristes en el tardío otoño,
de su oscuro, desierto, dormitorio,
En los paseos del parque, radiante
de soles y colores, bullicioso de pájaros
y de niños.
En los campos silenciosos
de helada nieve y los desnudos árboles,
de hojas y de trinos.
En la corriente de los ríos
caudalosos
y de los humildes arroyos
sigue viendo tu imagen,
por callada y sonriente, prudente y complaciente,
bella y deseable.
No, no existes;
tu imagen y tú sois sólo éso:
una imaginación,
realidad inaccesible.
Te buscaba
Te buscaba en otras ciudades como si fueran
la nuestra. Te encontraba en otras caras
que dibujaban mis ojos...
Por la noche y en la mañana
pronunciaba tu nombre sin obtener respuesta;
seguía solo, solo…
Me he lanzado a la carretera,
recorro las millas que nos separan,
quemando soledad y bencina.
Los árboles me abren paso
diciéndome su adiós,
tristes sus ramas, despojadas de hojas.
Mi auto, con bramido feroz,
lucha contra el reloj
e insaciable de minutos y horas nos acerca.
En el centro del paisaje, nunca tan extenso,
interminable, siempre está tu imagen
con las curvas de tu cuerpo.
La distancia es negra de asfalto
y desesperación.
La meta y trofeo de la loca carrera eres
tú, mi mejor y mi único refugio.
Al cabo de los años
Se
han encontrado después del tiempo transcurrido
que
ha hurgado en sus rostros...
Pero
se han reconocido.
Sus
ojos, húmedos, se miran,
se
admiran el uno al otro, atónitos, incrédulos.
Han
entrelazado sus manos
con
cariño, con gestos temblorosos,
como
niños con juguetes rotos.
Ella
frágil, sus cabellos de seda,
blancos,
como su piel, luminosos.
Se
han cruzado pocas palabras,
permanecen
silenciosos.
Sus
miradas interrogan;
tienen
mil preguntas en sus labios, se las callan;
a
saber no se arriesgan.
Pronto
se dirán que sus amores
guardaron
sus ausencias,
que
sus corazones solos estuvieron siempre,
|
Que
coincidieron siempre sus sueños, imploraron
sus
caricias, se buscaron sus cuerpos,
que
sólo sus almohadas
recibieron
sus besos,
sus
lágrimas, sus secretos.
Siguen
parados en la acera, donde
se
han encontrado, ajenos
al
mundo que les rodea,
a
las miradas de curiosos.
Sus
vidas ahí y ahora empiezan...
Aniversario
Cuarenta y tres años, a pesar
de los malos augurios...
¿Recuerdas aquel cura,
aquel párroco que fracaso
nos había augurado?
Pero hoy, exactamente ahora,
ese tiempo juntos, casados,
llevamos. Ha habido de todo,
más bueno que malo;
lo mejor, que juntos estamos,
y… nos amamos.
Hemos roto
los dos juntos, tú y yo, con nuestro pudor de acuerdo,
como único testigo.
El papel, amarillo por el pasar del tiempo,
con renglones rasgados anunciando
las fechas de nuestros encuentros.
Hemos roto nuestros secretos, junto a la suma
de los latidos de nuestros corazones locos,
ávidos de amar.
Los pedazos llevan escritos nuestros te quiero,
nuestros deseos de estar juntos
tu cuerpo y el mío, de estar sellados
nuestros labios con nuestros besos.
El perfume de tus cartas, amor, ha impregnado
mis dedos que, juguetones,
acarician tu piel,
y hacen temblar tu cuerpo, unido al mío.
Hemos roto nuestras cartas
de amor, pero el amor
sigue en nosotros vivo.
Noche de verano
Está caliente la noche
y aún la luna no la besa,
Hay un silencio infinito ¡Callad!, que la luna
ya se acerca...está celosa del sol que a la tierra
así calienta.
El aire huele a jazmines,
los ruiseñores lo festejan;
con el jolgorio de sus cantos a los insomnes,
más, desvelan.
Frescos están los olivares
reflejando la luz de sus hojas,
las lechuzas entonan sus cantos,
los pastores guardan sus ovejas.
Los amantes el calor de sus cuerpos
|
suspiros, risas...
Luego sus cuerpos y almas se relajan,
quedan quietos.
Amantes
Conocen sus
cuerpos,
sus vidas... a
retazos,
acuerdo tácito; no
les preocupa más.
Se ven muchos,
pocos, días, se ven y se gozan,
siempre a
escondidas;
su pueblo es
pequeño, las ventanas
ojos anidan,
abiertos
a cualquier
movimiento.
Sus amores emigran
sus encuentros
a otros lechos,
donde sus caras no
son conocidas.
Apenas tienen
horas,
las buscan,
como sus cuerpos
buscan sus caricias,
como sus labios sus
besos.
¿No hay nada más
tras esos arrumacos,
tras esos te quiero,
te quiero, te
quiero...?
¿Son simples
jadeos,
es una forma de
hablar tras el envite fiero?
No hablan de amor.
A su arrebato dan rienda suelta;
siempre lechos
extraños, alquilados.
Dejan sábanas
mojadas, sudadas,
enredadas por el
fragor
de sus batallas, por los lances
de
sus pasiones desatadas...
Nunca
acabadas de saciar,
se
encontrarán otro día;
aún
no saben cuándo,
ni
en qué lugar.
Son
encuentros
itinerantes,
prófugos, culpables,
errantes,
ocultos,
acuden
a la cita de la llama que nunca
acaban
de apagar.
No
piensan en un futuro,
no
dan por acabada su historia
ni
piensan cuanto durará.
Ella
o él, otra vez, una más,
se
llamarán; otro sitio distinto,
nuevo
escenario, nuevo nido
de
su loco desvarío.
Me bebía el mar
Miro al cielo y te veo en sus nubes sumergida,
miro al mar y en su espejo azul te veo.
Las olas, rompiendo en roca,
son un pañuelo de seda en tu cuello.
Su espuma es el brillo de tus ojos.
Es el verde de las algas
tu sonrisa, hecha promesas. El negro
fondo submarino
es mi temor a que tus promesas no se cumplan.
La tormenta perfecta mi deseo, hecho fuego
y agua embravecida.
Me bebía el mar buceando
por el atrayente arco de tus muslos.
Eres...
como
la caña del trigo.
Rubia
y fresca como la arena
dorada
de la playa.
Rubia
y ardiente como la melena
del
sol en el estío.
Alientos del alma
Me asomo al mirador del tiempo.
¡Cuánto tiempo transcurrido!
aun siendo tan exiguo.
Años de infantiles batallas,
de primaveras
en mis venas,
en mis ojos luces
escudriñando el futuro;
cabeza
enloquecida de
ilusiones
y
esperanzas, de amores tiernos.
Chicas
con pecas, con trenzas,
con
enaguas, cancanes y sandalias.
Paseos
por los pinos, temblores en las piernas,
sentidos
latentes,
curiosidad
por lo desconocido,
miradas
cómplices.
Roces
de piel, besos inocentes ¿inocentes?
explosión de sentidos, miedos y vergüenzas,
rondas
románticas, luz de luna… las guitarras.
Pechos
palpitantes,
palabras
entrecortadas, perdidas, voz ronca.
Con
cielos estrellados canciones italianas;
primeros
bailes,
abrazos
verticales… y los cuerpos
enfrentados,
alientos de dentro, de deseo,
alientos
del alma.
|
|
En tus brazos
Estás dormida a mi
lado,
acaricio con mi vista
tu cuerpo,
al sueño
abandonado,
en tus labios una
sonrisa...
Tus cabellos
desparramados,
tus manos en tus
brazos,
como abrazando;
quisiera estar en
medio...
sin estar en ti
¡qué solo me encuentro!
La almohada recibe
tu aliento,
tus ojos están cerrados,
tus senos
libres,
con tu respiración,
cabalgando.
Quisiera estar en
tus sueños,
quisiera ser tu
niño mimado;
tú estar siempre
pendiente de mí,
ser yo... tu
juguete adorado.
Aquella muchacha
Hoy, ¡Santo Cielo!
He visto, sí, a aquella muchacha,
aquella muchacha de
encantos inexplorados,
hoy conquistados,
colonizado su bendito
vientre, pues está
preñada,
rotundamente
preñada, como luna llena.
Su capa abierta a
la brisa
que, suavemente, la
acaricia.
Solo han pasado
tres años desde que la viera
por vez primera e
hiciera de musa
en mi poema Belleza
cruel.
Es más exuberante
su belleza
ahora, y no es
cruel pues ama, es amada.
Al pasar cerca de
mi, he quedado ensimismado;
mis ojos resbalan
-con pudicia- por su grávido
talle, su semblante
y sus cabellos
resplandecientes,
sus pechos turgentes,
prometedores de
inagotable y delicioso
néctar. Su mirada,
aún inocente,
la ha fijado en mi
mirar de abuelo –todavía
a la espera de
serlo -
y me ha sonreído
–sin conocerme- con cara
de mamá, de joven e
ilusionada mamá,
con esa bendición
en su vientre de mujer.
He retirado mi
mirada,
me he vuelto de
espaldas, pues dos jubilosas lágrimas,
han resbalado por
mi rostro
Aquella belleza,
que yo presumía cruel,
está a la espera de
ser una bella mamá.
Aniversario
Cuarenta y tres años, a pesar
de los malos augurios...
¿Recuerdas aquel cura,
aquel párroco que fracaso
nos había augurado?
Pero hoy, exactamente ahora,
ese tiempo juntos, casados,
llevamos. Ha habido de todo,
más bueno que malo;
lo mejor, que juntos estamos,
y… nos amamos.
Atardecer del alma
Hola espejo, brumoso y viejo amigo,
miro tus ojos, tu frente arañada
por la poderosa zarpa del tiempo…
no te conozco. Me habla de ti tu alma
Cuántos sueños y cuántas ilusiones
en objetos perdidos,
cuánto tiempo malogrado.
Pasiones desatadas, juegos rotos,
amores mal acompañados,
noches negras en blanco,
esperas cada mañana.
Pero llegaste tú, mi mujer, amor y entrega,
caricias y pasión, gritos en el vientre, fuiste
el gran rescate que yo creía ya imposible
Recuerdos que ahora anido
entre la luz de aquellos dias
que, frenéticos, paseábamos nuestro amor
por todos los caminos.
Todo era muy bello entonces,
tu sonrisa, envolviendo tu mirada,
nacida tan llena de caricias.
Nuestros sueños, muchos incumplidos pero siempre
inadvertidos por el logro de otros
que nos han penetrado
Todo era muy bello entonces,
tu sonrisa, envolviendo tu mirada,
nacida tan llena de caricias.
Nuestros sueños, muchos incumplidos pero siempre
inadvertidos por el logro de otros
que nos han penetrado
tan dentro del alma.
Parecía todo un juego
Parecía todo un juego
prohibido, de tan deseado y tan procaz
para aquellos tiempos.
Y, sin darnos cuenta, nuestros cabellos
se fueron tornando blancos.
Ahora en nuestros ojos el brillo de los ojos
Y, sin darnos cuenta, nuestros cabellos
se fueron tornando blancos.
Ahora en nuestros ojos el brillo de los ojos
de nuestros hijos y el de los suyos.
Todo tan a su tiempo,
Todo tan a su tiempo,
todo así nos ha sucedido.
¡Quién pudiera volver atrás!
Y un mañana
¡Quién pudiera volver atrás!
El amor es joven y apasionado.
Ilusión, esperanza, vigor...El amor huye
de la razón, y se precipita en la atracción.
Cuando pasan los años torna en dulce, tranquilo.
Y, como si un río fuera,
muda el nombre, se convierte en cariño.
El amor lo puede todo cuando quien lo siente
puede más ¡Juventud, fugaz estadio,
quién pudiera volver atrás!
Y un mañana
Y un mañana –no sé
cuán cercano-
alguien habrá
cerrado mis párpados;
ya no veré tu dulce
sonrisa,
ni tomaré tus
manos,
ni acariciaré tus
cabellos,
ni veré los soles
de tus ojos,
ni oiré la música
de tus labios,
pero... te seguiré
amando.
Niebla
La niebla descansa, húmeda y gris,
sobre la hierba del bulevar,
el viento, en remolinos, la levanta
jugando con tu falda,
y nos acompaña, tú... despeinada.
Nos damos un último beso
fugaz, yo quisiera retenerlo. Nuestras manos,
aún ardientes, se separan.
Las tuyas, esquivas, se cobijan en los bolsos
de tu abrigo. Mientras te alejas, la oscuridad
te oculta a mis ojos,
ávidos
de ti, deseosos de no perderte.
Cuando la niebla disipa tu imagen,
tus pasos, huidizos, suenan vacíos,
huecos, como un adiós.
La habitación aún guarda el calor de tu cuerpo;
la cama, en desorden, aunque callada, no oculta
nada de nuestra pasión desatada.
Mi corazón
queda desierto sin ti.
Estatua
¡Pobre estatua de mármol frío y duro!
Sin
corazón, sin alma;
tú
eres, sólo, bella...
Cuando
la luna te mira eres de nieve blanda,
nacarada,
tus
ojos tristes, sin destellos,
sin
lágrimas.Tus cabellos
quietos,
al soplar el viento.
Vigía
de noches de amor, de lunas
llenas
y lunas moras,
codiciosa
de caricias y besos
permaneces
erguida, orgullosa,
siempre
mirando sin mirar.
Tus
pies, frágiles y desnudos
en
los fríos de las noches
y
los días,
te
sostienen incansables sin tener donde ir;
siempre
quieta,
sólo
se mueve tu sombra.
Treinta
años mía...
y
no me conoces, no me saludas...
Yo,
enamorado de ti,
sin
verte, te veo desde mi alcoba;
tú
ahí sigues mojada,
solo
por el rocío y la lluvia.
La mujer y el espejo
que la cubría; ahora está desnuda
ahí, frente al espejo.
Y, como si fuera un rito, recorre
poro a poro,milímetro a milímetro,
su piel;
sus ojos, escrutadores y críticos, viajan
por todo su cuerpo.
Su cara de piel tersa, ojos grandes, de profunda
y dulce mirada,
de miel, que no acarician a nadie.
Su cuello, frágil, con caracolillos
donde el cabello nace.
Hombros que dibujan su delicada
silueta, con leves cuencos...
Su espalda se desliza, entre arcos,
suave, armoniosa, hasta el cóncavo de su cintura.
Sus senos erguidos, armados
con puntas mirando al cielo,
con círculos sonrosados,
erizados y con minúsculos montecillos;
por ellos resbalan sus manos...
El valle de su vientre es recorrido
con mano ávida
con
sutil y fugaz movimiento se dirige
a
su sexo,
con
escaso vello, siempre desierto...
Por
un momento tiembla su cuerpo...
Las
caricias no van más lejos;
continúa
por sus muslos
deslizando
sus dedos.
Al
tiempo, se vuelve para dejar reflejado
donde
la espalda termina,
su
redondez rotunda,
con
sima graciosa y profunda.
Las
piernas, cual columnas,
sustentan
esa figura monumental, bella.
Al
espejo, negro de azogue, negro
de
ver ese cuerpo,
de
ser espejo le da tristeza...que... ser hombre,
seguro,
él prefiera en esos momentos...
Mujer sola
Rostro sereno, aún no ajado.
Ojos profundos,
inquisidores.
Boca de pétalos
desflorados
de sus primaveras.
Senos que nunca
fluyeron mieles,
nunca amamantaron
aunque el amor y el placer
gustaron,
henchidos en
deleites y goces.
Cuerpo provocador
de envites apasionados,
de relajación
de miembros
enlazados, reincidentes y locos.
Los amores... aves
de paso; en su sentimiento
no anidaron,
sólo posaron,
descansaron su fugaz vuelo.
El ocaso
sangre, abrasa sus palabras, sus besos de amor.
La mar, sus aguas vacilantes y juguetonas,
lame sus cuerpos, entrelazados y desnudos.
Una gaviota, columpiada en las mudas olas,
observa a los amantes.
El sol, pudoroso, se esconde tras las montañas.
A oscuras, dan rienda suelta, con frenesí, al goce,
a la fogosidad que embarga sus sentimientos.
Las sabias manos de él recorren la orografía
provocadora de un cuerpo joven e incendiario
que se retuerce, conjugando los movimientos
con los lascivos lances de su amante.
La luna, curiosa, se asoma en lo alto;
por lo que ve, ya no
es de plata, pues se sonroja.
Tras varios asaltos se internan en las templadas
aguas, jugando y salpicándose con las olas.
Los poetas que escriben haikus…
¿Son poetas en huelga de celo?
Mi amor, tus ojos,
son estrellas en fuga
cuando me buscan.
Tus bellos ojos
con los míos, de frente,
son cuatro espejos.
Gozar tu cuerpo,
gozar de nuestros cuerpos:
revolución.
Sí, se entendían:
su boca con la suya;
sobran palabras.
Monte con monte
dos amores se gozan,
nada por medio.
Besé sus pechos:
sus profundas raíces
se perturbaron.
Ay, el amor
es fuente, es manantial,
el agua corre.
Para ti mi recuerdo, madre.
Un recuerdo nostálgico, con rictus, con ceño
fruncido, con amor escocido.
Nuestros últimos ratitos, sentado a tu lado,
los saboreé con mimo
y avaricia,
sabiendo tu sueño cercano.
Recuerdos...muchos dulces...
agrios, espinosos, dolorosos también hubo;
tu amor daba para todo.
Y te comprendí... Nuestras lágrimas
lavaban nuestras culpas,
se cerraban las heridas.
Maravillosa mi infancia, en tiempos de posguerra
pero sin penurias, con mis juguetes;
¡mi caballo negro, de gran cola!
Tu devoción y los
frailes rompieron
el feliz cuento. Mucha distancia,
hambre y sueño me acompañaron en el convento.
Pero el regreso, vuestros besos,
mi cama, mi casa, los baños
en el río me hicieron,
otra vez, crío.
Y los años pasaron,
pasaron en poco tiempo.
Encontrar el amor
supuso nuestro desencuentro.
Y te comprendí, ahora más te entiendo,
lo sentí, y aún lo
siento; fue otro triste cuento.
¡Cómo no te voy a entender, si para entenderte,
tengo a diario tu sentir
en tres trozos salidos de mí!
Padre
Me hubiera gustado ser
lo buen
padre que tú fuiste.
Tus ojillos chispeantes,
en sonrisa interminable,
me acarician por siempre.
Tu caminar ligero,
por tu pinar amigo,
acompaña mi camino.
Manos recias, de hierro, tiernas
de caricias,
afanosas, ágiles, generosas.
Tiempos de posguerra,
corre caminos infatigable;
huiste al hambre.
Creyente tardío,
convencido de Dios,
te hiciste más bueno.
Educador, autodidacta,
ausente de vicio,
grande de alma.
¡Cómo añoro los cuentos
en las noches largas!
¡Cómo los besos que me dabas!
Nos dejaste solos…
Sin nosotros saberlo,
despedida en la mirada.
Día de la mujer
Este ramito
de diminutos versos,
mujer, es tuyo
Noche de San Juan, 23 de Junio de 2007
Los
invitados ya se han retirado.
Sobre el
suelo, debajo de las mesas,
aparecen,
inertes, algunas servilletas,
labios
rojos, prometedores,
impresos
en ellas
y tapones
de botellas de cava.
Mas la
boda no ha terminado
Al fondo,
es una dulce melodía
que llama
mi atención.
Mis
pasos, sin darme cuenta,
me han
mudado a una estancia recoleta.
En el
centro, los novios
bailan,
apenas se mueven,
no sé si
ni siquiera oyen la bella canción
“Is this love” su
favorita.
Y no
cesan de mirarse a los ojos,
con dulce
e interminable sonrisa,
como
preguntándose
“¿Esto es
amor lo que estoy sintiendo?”
y sus
ojos contestan
“Esto
debe ser amor”
Helena,
bella, hoy más que nunca,
embellece,
aún más,
su
vestido blanco, de novia.
Eduardo
embelesado,
plenos
sus ojos del amor
que
envuelven sus brazos.
Las
dulces notas, revoltosas, revolotean
entres
sus apretados cuerpos,
dejan en
sus labios
el
exquisito néctar del amor,
en clara
luna y noche hechizada de San Juan.
Les dejo
solos…
Martín
Esta mañana de Marzo ha salido el sol más
generoso y despistado en su luz y calor,
a las siete y treinta, en punto.
Hoy la vida nos
saluda con fuerza
y… desnuda, como así la vida es.
Ha venido Martín, mi nuevo y querido nieto.
Ojos grandes y abiertos, expectantes
a la luz de este mundo,
a lo que dejaba entrever la piel de su madre
desde su ya pleno y bendito vientre.
Mi nieto, Martín, es moreno, como sus padres,
perfecto cuerpo,
manos grandes, tendidas, solícitas de amores,
piel sonrosada, dispuesta a crecer.
Es la esperanza en un mundo
lleno de interrogantes…
Es manantial de sonrisas,
en tiempos no muy pródigos en ellas.
Es el ansia de un mundo mejor, nuevo.
El triunfo de la vida,
deseada.
El reencuentro del amor con la fragilidad,
con la más absoluta dependencia
de la gente de buena voluntad, de sus padres.
Así, les felicito, a
ellos y, sí, a mí mismo.
Al recién nacido deseo, de corazón,
feliz y larga vida.
Bienvenido eres, Martín!
Adrián
A través de una técnica misteriosa te hemos
podido contemplar con perfecta precisión.
Sabemos ya mucho de ti y nos ha subyugado,
emocionado, el ver tu corazón diminuto
cómo late, desbocado, y proyecta tu sangre
con fuerza desbordante.
Los movimientos de tu pequeña cabecita,
de un lado a otro, como si buscara a tu madre,
cuyo claustro y amor te engendra.
Abres tu boquita en O
expulsando burbujas, como volutas de humo
de empedernido fumador.
En tus facciones se dibujan los ojos, labios,
las naricitas de tu hermano mayor, Martín.
Serás un bebé tan guapo como él,
que sueña todas las noches contigo.
Y llegará el momento, mágico, que tu madre,
con amor y alivio, sentirá tu húmeda piel
sobre su piel, recorrerán sus manos
tu deseado cuerpecito,
observará tu cara, tus manitas,
todas tus facciones, se reconocerá en ellas.
¡Más de nueve meses apeteciendo tenerte
entre sus amorosos brazos!
Mirará al cielo dando gracias.
Y el cielo la sonreirá con bendición y amor
A tu padre, de momento, se le borrarán,
miles de canas, y se humedecerán sus ojos,
de felicidad, con copiosas
lágrimas.
Tu abuelo Martín, con
sus manos, te tomará,
te acogerá y alojará en su gran corazón.
Besará esas tus pequeñas facciones,
tan familiares
tan suyas, tan repetidas y queridas ya.
Y el cielo le sonreirá…
¿Y tu hermano, qué hará?
La cantidad de besos que estallará en tu piel!
Cuando te vea, sus ojos
se van a hacer aún más grandes,
apenas cabrán
en su bonito y morenazo rostro.
La de botes que va a dar. ¡Adrián! ¡Adrián!¡Adrián!
levantando sus brazos,
dando sus característicos botes, señal
de triunfo y, también, de gozo.
Tu abuela Carmen, desde ese día, piensa siempre
en ti, y últimamente, cada cinco minutos,
-“Cuándo vendrá? Cuándo llegará ese chiquillo”
-“A ver si viene bien” “Sí, bien vendrá”
Yo, como alguna otra vez,
he echado en falta
que mi ordenador no use impermeable.
Eres bien venido Adrián. Que seas muy feliz!
Nosotros lo somos ya.
Jorge, Martín, Adrián
Hoy, un muchacho, de unos veintitantos
años, por su faz y su talle,
me ha hecho imaginaros a una edad
que no os veré.
He sentido una extraña visión; le he puesto vuestra
cara, ya, adulta, os he disfrutado de mayores
porque, por un momento, he pensado que eras tú,
Jorge, tú , Martín, tú, Adrián.
No, no me he esforzado, en absoluto,
pues así te veo, os veo, veces y más veces,
a mis nietos, en la distancia, en ésa,
para mí inaccesible, a la que no llegaré.
De algo que ya no viviré, he sentido nostalgia.
Gracias (Oración)
Gracias, oh Dios, por todo lo que me has concedido,
y, mucho más, por todo lo que me has perdonado.
Muchas veces distanciado de Ti, pero nunca,
nunca te he olvidado.
Tú sabes, Señor, cómo soy, cómo siempre he sido,
todo el mal, todo el daño que yo he podido hacer.
Pero sabes, también, que de todo ello
yo me he arrepentido
Sé que, desde muy pequeño, me escuchas;
te estoy agradecido.
Cuando, a veces, creí que estaba solo,
que me habías dejado, Tú estabas a mi lado.
Años, muchos más de los que esperaba, he vivido;
y mis frutos han cuajado, mis mejores bienes,
que Tú me has otorgado; por ellos, Señor, ruego,
por su felicidad seré siempre agradecido.
Ellos, Señor, Tú lo sabes, son buenos,
mi culpa, otra más, que no sepan más sobre Ti,
mas mi culpa ellos no la han cometido.
Dos amantes
Río, peregrino donjuanesco infatigable,
tu obstinado talle,
perlado y sudoroso,
repta sobre frondosa tierra,
y te acoge, impudorosa,
cual sedienta amante.
Te ofrece, generosa,
los recovecos de sus márgenes,
los irrigas con tu limo,
fructífera sementera,
tras envites incansables,
más o menos fieros,
hasta llegar tu interminable orgasmo final,
volcado en tu otra gran amante,
la mar, siempre abierta, juguetona e
insaciable.
Tres + 1
¡Oh Febo, cuán amable y generoso
con tu pequeña, solitaria y lejana amante,
medida su distancia en años luz!
Y, sin embargo, tan a tu alcance, nada
tardas
en acariciar su semblante azul
o su esférico talle, cuando te da la espalda,
envueltos en sutil manto
de penumbra
y los cómplices guiños de millones de estrellas.
Conjugas, con sus efluvios, limos de la
linfa,
armónico trío, juego perfecto de amor.
Sus frutos, innumerables preñeces y savias.
Y, en orgiástica compostura, la Luna, fría
y vacía siempre, se apodera, cual espejo,
de la imagen, rechaza toda luz
y envidia vuestra dicha, tan cálida y
fructífera.
La luna es una voyeur
Luna creciente, llena,
menguante o luna mora,
con tu nocturnidad y alevosía,
entre más o menos oscuridad...
¡cómo espías a los amantes!
Cuando ellos te descubren, a veces, te
sonrojas,
otras no te importa, sigues mirando
igual de fresca, en el mar, en sus olas,
te columpias y deslizas.
Eres, Luna, la mayor
voyeur del mundo, te disfrazas, cambias de
cara,
te medio ocultas, en tules de nubes
o flores de azahar,
entre naranjos y almendros.
Te endulzas de caricias, miel y besos,
mientras los amantes
se desnudan, se arrullan, se acarician, se
aman…
en todas las lenguas.
Dudas
Que seas suya, ya, lo duda,
que seas de otro… ni lo piensa,
no lo soportaría.
¿Quién podrá provocar
el calor de sus sueños?
¿A quién evocan sus suspiros?
¿Qué nombre habita entre sus dulces
pensamientos?
Negros presagios acompañan
sus desvelos;
noches oscuras, eternas,
amaneceres inciertos, fríos,
ojos cansados, siempre abiertos…
El desengaño
Tiene el cuerpo de adolescente marchita, arrugas
incipientes en su cara, sus ojos enormes,
como dos faroles, pero apagados...
Su caminar por la calle es ligero
aunque nadie en casa la espera.
En el trabajo es alegre pero muy discreta;
su misterio es la vida que hace fuera.
Conoció el amor con pasión y fuerza;
muchos días y noches,
así vivió varios años...
Un mal día,
quizá mal día no fuera,
vio al hombre que quería;
otra mujer llevaba de su brazo,
ambos con un niño y una niña en cada mano.
El corazón se le paralizó, quedó helado; |
no se creía lo que estaba viendo.
De inmediato entendió
por qué, a veces, no tenía a su amor.
Se había escondido detrás de un árbol
mientras ellos pasaban de largo, riendo, hablando...
Quedó temblando pegada al gran olmo.
Eso ocurrió ya hace años. Salió huyendo,
está viviendo su cruel desengaño
en otro, alejado, lugar.
Nuestro lecho
Nuestro lecho, sin tí, mi amor,
es un erial de incontables hectáreas.
Mi manos, de tu piel ávidas,
se pierden, buscándote entre las sábanas
y, aun estando tu ahí, ya no te encuentran.
Tu mirada me atraviesa
Me miras como si yo
fuera
para ti
desconocido,
como si vieras a
otro que yo no conociera,
como si yo fuera
distinto al de antes,
como si ya no me
quisieras.
Tu mirada me
atraviesa
como si yo fuera
invisible,
como si tú no me
vieras.
Cuando me miras
tus ojos me hablan
de una total indiferencia.
Quisiera que fueras
ciega
de esa forma de
mirarme
y que así, mi amor,
tú ya no me vieras.
Tedio
Ella y él pasan los minutos
sin decirse palabra,
y las horas, las noches, y los días...
Muere en silencio
el amor que se tuvieron.
No me lo digas
"Ya no bailan tus pupilas al besarte
¿Dónde se perdió el amor,
cuándo comenzó el olvido,
deshojándolo como flores de
Daniel Escribano Vela
¿Dónde se perdió el amor,
cuándo comenzó el olvido,
deshojándolo como flores de
Daniel Escribano Vela
ni vengas con excusas ni reproches.
Te lo pido, no digas nada,
no insistas, ¿no ves que yo permanezco en silencio?
¿Por qué tú insistes ahora?
Hace ya tiempo que, del amor nuestro,
al viento se colgaron las últimas cenizas.
Siesta
a eso de las cuatro de la tarde,
que es la hora de la siesta,
que ya era tarde, que le dolía la cabeza
y que los niños estaban en casa;
podrían oírles...¡Qué vergüenza!
Entonces, él se vestía
y se iba a ver el partido,
decía, mientras abría la puerta,
y esa tarde no se jugaba ningún partido,
poniéndose la chaqueta, las gafas de sol,
y se quitaba la alianza.
Sonreía… ¡Tendría siesta!
Veneno
Te arrojé veneno a
tus ojos
y me ha salpicado a
los míos
Lo primero ya hace
años, cuando nos conocimos,
lo segundo en estos
momentos está ocurriendo.
Y así nos escuece
la vida, los dos sangrando.
Tropiezan nuestros
párpados cansados
por todas las
esquinas,
y seguimos
naufragando,
sin que exista
antídoto que nos salve.
M
Maltrato
Siempre, a cualquier hora, fuera del día
o
de la noche, empezaba a tronar la misma voz,
escupiendo alcohol, cascada rota,
trallazos de metal contra metal.
Al lado de nuestra casa el infierno,
habitaba el diablo; así de cruel y sanguinario.
Golpes de objetos contra las paredes,
contra el suelo,
vidrios rotos, sollozos, lamentos confundidos
con quejidos, gritos y más sollozos.
Más golpes, blasfemias, quejidos.
Luego, después del terror de los gritos,
el terror, más profundo e incierto, del silencio...
Mirábamos a la pared que nos separaba
queriendo adivinar, buscando la silueta
de aquella pobre mujer,
pidiendo que aún no estuviera muerta.
Él había cerrado con un portazo
la pesada puerta, con sus pasos alejándose
se iban silenciando sus maldiciones.
Tenues ayes nos confirmaban supervivencia,
de una amarga, desesperanzada y muy cruel vida.
Un día, después de
los golpes, al final, no hubo
más lamentos, ni
sollozos, ni ayes... Sí silencio;
un silencio denso,
rasgado
por la sirena de
ambulancia, ya innecesaria.
¿Por qué?
Imagino un pequeño
bebé, endeble,
y desatendido,
desamparado
que se aferra, con
sus escasas fuerzas,
al frágil hilo de
la vida.
Cuando cesan sus
lamentos deseo oír de nuevo,
si no sus risas, al
menos,
sus quejidos, que
confirmen su supervivencia.
¿Es un niño
carente,
quizá, de amor, de
salud,
sin una nana que
calme
su inquietud, su
dolor?
Mis ojos, insomnes,
escrutan la oscuridad
buscando su sonrisa
inédita.
Niño por mí
desconocido; tu cara es mueca,
solo triste mueca,
de infeliz niño,
de niño
desgraciado, abandonado.
Madre rota
El otoño luchaba
contra el precoz invierno,
perdiendo la
partida.
Era una mañana fría
muy fría, gélida,
de Sigüenza,
Las nubes habían
teñido de noche el día.
El aire clavaba la
lluvia en nuestras mejillas.
El pinar, mientras,
nos regalaba con aroma
de tierra y plantas
mojadas;
tomillo y romero y,
también, resina.
Las copas de los
pinos
nos saludaban
silbando,
se inclinaban con
el viento,
al divertido paso
de nuestras correrías.
El castillo,
entonces en ruinas,
nos miraba alelado;
no se creía tanta
alegria,
en día tan ventoso
y frío.
Confundidos con los
silbidos,
que los pinos
emitían, nos llegaron... ¿lloros...
y gritos...?
Corrimos hacia el camino
que las ramas
cubrían.
No lejos, una
mujer,
desafiando a los
elementos,
se dirigía hacia el
no lejano cementerio.
Apenas en falda y
camisa,
llevando una
pequeña caja
del color de las
astillas.
Subía entre dolor,
quejidos y sollozos.
A su niña, muerta,
iba hablando, la acariciaba,
la chillaba, la
susurraba, gritaba al cielo.
A nosotros nos
ignoraba; no nos veía...
De un resbalón caía
a tierra;
en el suelo
abrazaba aquella pequeña caja;
la acariciaba, la
besaba,
mientras,
desgarradoramente,
“mi pobre niña”,
decía...temblando.
Clama ante tu puerta
Clama ante tu puerta, que fue suya y ha cerrado,
deshecho, hundido su cuerpo, ahogado
por las drogas que circulan
por su sangre, en la desesperación de ser tan débil
y desgraciado, teniendo
lo más sagrado a su cuidado,
descuidado
por su debilidad ante el vicio consumido,
que le consume y destruye,
sin que su voluntad, ausente y enajenada,
pueda evitarlo.
Clamo, mi amor, ante tu puerta que tantas veces
yo mismo, sin estar en mí, sin llave,
he clausurado.
Los lloros del bebé, más bien, débiles lamentos,
que nuestro loco amor engendró, rasgan mi pecho,
no hago nada por acallarlo, sólo me arrastro
por el suelo ensangrentado, dolor en mis manos,
mis uñas arañan con furia el sucio mosaico
como fiera que quiere herir
a cualquiera… que esté a su lado.
El reloj, a(na)tómico
El amor, aun siendo sereno, incita a cometer
pequeñas y las más grandes locuras.
Mas hay un tiempo para amar.
Después, vendrá el
momento difícil de evitar
dejar regadas las
miserias,
como migajas de pan
agrio y duro,
escombros y tristeza.
La rendición, el dejar las armas, ya obsoletas,
envainadas con la resignación del guerrero
derrotado por otro invencible, inexorable,
y cruel, el paso del tiempo.
Demasiado tarde
Estaba
harto de los dos,
de ella y
de sí mismo.
Por ella
sentía pena,
con él
mismo
no se
mostraba compasivo.
Famélicos
de amor, casados
sin boda
ni testigos.
Ella
bonita, ingenua, caprichosa,
díscola y
muy coqueta.
Han pasado
los años.
Y ¿qué
del tiempo vivido en común,
juntos,
distantes, tan distintos?
Por fin
se han conocido,
noche a
noche, Domingo
a Domingo,
de juergas,
bailes y
cartones de bingo.
Sus
carnes, lacias, colgando,
sus
cabellos encanecidos,
sus ojos
cansados, llorosos
de
volutas de humo…
Y porque
en amor no han vivido.
Sigues siendo igual
Después del tiempo transcurrido,
ya no tienes aquel bello rostro ni aquel talle
que, tan a la disposición, todos deseaban
amarrar a sus brazos.
Tampoco tus ojos tienen, aunque su destello
aún perdure, aquel contorno liso,
y tus ojeras se han quedado con un color
nazareno, casi muerto.
Tu boca y tus labios, en ejercicio perpetuo,
sobrevivientes al naufragio,
aún invitan a albergar en ellos
lances de amor.
Sigues siendo igual de caprichosa, cariñosa
y generosa con tu cuerpo
y los de los demás.
Nunca te acaban de saciar, recibes
siempre menos que das.
Te sabes, te llaman, tonta
y otras cosas. Y… ¡Qué más da!
te da exactamente igual,
al menos, aunque sea por muy breves momentos,
evitas la soledad total.
Delirio de amor
Te
persigue y huyes esquiva.
Te mira y
tu figura se disuelve
entre la
irreal niebla.
Te llama,
te habla, tus labios permanecen mudos.
Sus
manos, tendidas a ti, se estremecen, vibran
y su
corazón se desboca,
-gana al
tiempo en su ritmo-
porque no
te encuentran, y estás cerca… mas distante.
Sus ojos,
cerrados, despiertos,
buscando
en la nada las líneas de tu cuerpo.
De
pronto, apareces y le rechazas
entre
risotadas que escupen ira y desprecio.
Tras de
ti se cierran todas las puertas
con
portazos ensordecedores que revientan
sus
tímpanos, y te busca entre chinescas sombras,
danzas
malditas, confusión.
Se
desvanece la luz,
crece el
silencio que lo invade todo.
Resbala
su alma, se hunde en un foso sin principio,
sin fin.
Todo es tiniebla
pegada a
su piel mojada,
como otra
piel a su piel,
que no
siente suya,
ni
cercana, ni de su amada.
Flota
en un aire denso,
tropieza,
gira su cuerpo,
ovillo
ingrávido, avanza, retrocede, bota,
se aleja
de sí mismo.
Se ve
minúsculo, poca cosa, apenas nada,
enteramente
nada.
Levita,
cae. Sudor frío, una carcajada
su
estruendo le desplaza,
le quema,
le hiere.
Vuelve a
caer,
choca de
una a otra pared, la escala,
cual frío
reptil, se deja las uñas,
se deja
la piel.
Grita un
nombre, no sabe
de quién,
implora, rie,
llora,
vive, muere, no sabe
por qué.
No sabe nada, nada, nada.
Ella no está
Allí,
tumbado en la cama, desnudo, abrazado
a la
almohada.
Las
ventanas le arrojan
los
ruidos de fuera.
No
sabe qué día y hora es,
ni
tampoco le importa; ella no está.
Cae
la noche, la oscuridad lo invade todo,
también
su mente.
Y su
nombre, el nombre de ella,
desaparece,
desaparecen
sus labios,
su
húmeda boca, su acogedora piel, los besos,
en su
piel impresos…
“Desapareces
toda tú.”
Hecho
un ovillo, tembloroso, deshilvanado,
da
vueltas y más vueltas
entre
las húmedas sábanas,
mojadas
por sus lágrimas.
Todo
es tiniebla; todo es nada.
Amanece,
ella no está,
¡Malditas
palabras!
¿Puede
matar la mente?
Prueba
con toda su fuerza:
hace
por no respirar
se
engrosan sus venas,
su
cuello se enerva,
su
cuerpo levita,
casi hasta
tocar el techo…
Más
fuerza; su corazón se acelera,
sus
ojos deambulan locos, salidos de órbita,
buscan
lo que no encuentran.
Sus
brazos se tensan, sus manos
levantan
el gran peso
que
su alma alberga.
Más,
más alto. Su cuerpo tiembla;
él
desespera…
Quizá
lo consiga, insiste; su rostro
se
desencaja. Las venas arrastran
veneno
que su corazón bombea; insiste…
Mas la mente no mata…
Amor caduco
El amor es un templo,
en él solo su imagen.
Devoto fue de ese templo
y el tiempo le arrojó de él.
Ya no le llegan sus besos,
su abrazo ya no es húmedo,
y sus palabras no logran
su sonreir de entonces…
Ese amor caduco,
que les hiere y les mata,
les aleja y les anula,
les enfrenta y les afrenta,
les rebaja, les denigra,
no es pesadilla pasajera,
no tiene solución, no tiene cura.
A la locura ha de llevarles,
les lleva a un infierno en vida,
sin olvido, imposible salvación
Tal vez mañana, quizá, lo haga
andar el polvo, amigo, de todos los caminos,
sonreír a los espejos
sonreír a los espejos
que poseyeron tu rostro,
hacer un guiño a las estrellas,
hacer un guiño a las estrellas,
a las que rogaste un deseo,
recorrer con mi mano el lomo de aquel buen perro
recorrer con mi mano el lomo de aquel buen perro
que lamió tu cara,
acunar, en el cuenco de mis manos,
acunar, en el cuenco de mis manos,
la espuma del mar que arrulló tu cuerpo,
visitar, de nuevo, aquel lecho
visitar, de nuevo, aquel lecho
que acogió nuestros encuentros.
Tal vez mañana, quizá, volverá tu sonrisa
Tal vez mañana, quizá, volverá tu sonrisa
a acariciar la mía.